jueves, 26 de marzo de 2009

LA SOLIDARIDAD NO ENTIENDE DE IDIOMAS

La hospitalidad que nos encontramos a lo largo del viaje, nunca la hubiéramos imaginado antes de salir. Los prejuicios y el miedo a lo desconocido nos hacen ir con cautela y sentirnos reacios a ver lo esencial de la vida: la solidaridad.
Perdidos en algún lugar cerca de la frontera entre Hungría y Rumania, la noche lluviosa se nos había venido encima y llevábamos ya casi dos horas buscando algún lugar para dormir. Paramos en un bar de carretera para preguntar por un hotel y nos encontramos con una chica muy simpática que hizo todo por comunicarse con nosotros. Al no lograr entendernos, se subió con su novio al coche y nos llevó a un hotel a unos 8 kilómetros de su lugar de trabajo.
No había lugar para dormir así que, nuestra “amiga”, hizo un par de llamadas por el móvil y nos llevó a la casa de una señora. Cinco minutos de conversación bastaron para que nos alquilara una casa que tenía desocupada. Cinco desconocidos extranjeros (los “Bigs” y nosotros) arropados por 40 dólares….
Ya en Rumania, paramos a comer en un pueblo pequeño cercano a Iasi. Bajamos de los coches y nos metimos en un mercadillo en donde había de todo. Juntando todas las monedas y billetes que teníamos, sólo nos alcanzó para comer. En un puesto, una niña con un español muy fluido (lo había aprendido de las telenovelas) nos regaló una sandía. En el de enfrente, una señora ya mayor, nos cambió un par de ajos por las monedas que teníamos, que no llegaban ni a la décima parte de su valor. Ya saliendo del mercado, un señor nos pagó media docena de huevos.
Sinceramente salimos de ahí sorprendidos por la amabilidad que habíamos recibido y con una imagen totalmente diferente de lo que nos habíamos imaginado.
Ya en Moldova, en la terraza de una tienda de ultramarinos, tres hombres nos invitaron a una cerveza. Con señas y muchos gritos, intentamos hablar con estas personas; aunque por más que pusieran tanto o más empeño que nosotros, la comunicación fue muy escasa.
En Kazajstán, la gente también fue muy abierta y dispuesta a ayudarnos. Concretamente, en la ciudad de Atirau, en la puerta de un hotel en el que no había habitaciones disponibles, una persona que se había acercado a ver los coches, nos llevó a otro hotel situado en la otra punta de la ciudad. Estuvo con nosotros casi dos horas viendo si conseguíamos habitaciones.
Uzbekistán fue sin dudas uno de los países en los que más cómodos nos sentimos. Todas las personas con las que nos cruzamos tuvieron buenos gestos hacia nosotros, a excepción de unos limpiacoches que nos robaron dinero. En Tashkent, salimos en busca de la frontera con Kazajstán; en un semáforo le preguntamos a dos chicos que iban en un coche. Nos acompañaron hasta la frontera, que estaba cerrada, luego en busca de gasolina buena y después nos llevaron a un hotel. Estuvieron más de dos horas con nosotros tratando de que no nos faltara de nada. Un gesto muy raro de ver por otros lugares…
En Mongolia, al estar todo tan desolado, la gente tiende a ser más solidaria. En cualquier sitio que parábamos, en el medio de la nada, si pasaba un coche con algún mongol, paraba al lado nuestro para ver si teníamos alguna avería.
Al equipo "Casa Santoña", se les llenó el motor de agua al cruzar un río. Unos campesinos los remolcaron ¡6 horas! hasta un pueblo, a cambio de un depósito de gasolina.
Ucrania y Rusia son otra historia. El dolor y el sufrimiento vivido en otros tiempos, está aún marcado en el carácter de la gente. En estos países siempre nos marcaron distancia haciéndonos sentir extranjeros, cosa que no ocurrió en los otros muchos países que visitamos.
Anécdotas de este tipo, entre todos los equipos participantes podríamos juntar miles. Países que se han quedado en el “tiempo” y que conservan muchos valores que el “desarrollo” está haciendo desaparecer; valores que rescato y destaco por sobre muchas otras cosas del viaje.
En mi caso particular he vuelto renovado, menos intoxicado de tanto individualismo. He vuelto a ver "más allá de mis narices" y, como le dijo un zorro a un príncipe: "Lo esencial es invisible a los ojos".